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La redención de la eterna promesa

El séptimo trabajo del madrileño Quique González lleva por sugerente -y profético- título, Avería y redención. Y tras disfrutarle en directo durante dos horas, cualquier persona con dos orejas a ambos lados de la cabeza debe certificar que el veterano cantautor (sic) ha dejado de lado el sambenito de eterna promesa del rock español para erigirse en un más que digno sucesor de sus admirados iconos del otro lado del océano (Petty, Paez, Earle, Buckley...). La gira en la que Quique, don Enrique a partir de ahora, se embarcó a finales del año pasado ha logrado redimir al eterno perdedor ante sus incondicionales y además -y no es moco de pavo- granjearse una pléyade de curiosos que acuden a sus conciertos atraídos por los ecos de su anterior trabajo en directo, Ajuste de cuentas. Todo esto sirve para que las vidas de unos y otros se crucen en uno de esos momentos místicos que sólo tienen explicación para aquellos que pudieron comprobarlos en carne propia. Aún así, merecen ser recordados, y he aquí el porqué de esta crónica.

Todo funcionó a la perfección (visita estelar de Pancho Varona y familia incluida), pero más allá de lo ensayado, también hubo lugar para la emoción sincera. Para el nudo en la garganta del tipo que le regaló una canción maldita al no menos maldito icono de la movida madrileña vía adaptación de un poema del granadino Luis García Montero . En este momento de la noche fue cuando don Enrique se mostró sin tapujos. Bromeó con Jacob -su bajista de toda la vida- y se terminó de meter al público en ese bolsillo plagado de trozos de servilletas y envoltorios de azucarillos en los que garrapatea su próxima venganza emocional ante esta vida de mierda que le (nos) ha tocado vivir.

Tan a gusto estaba, que no se quería ir. Ya había desgranado una docena de canciones de su séptimo trabajo cuando echó la vista atrás. Al principio se rió de su propia sombra: «Nunca lo hago, pero hoy he leído una reseña en el periódico en la que se refieren a mí como 'el veterano cantante'... Siempre había querido algo así». Pero después, este moderno Peter Pan del Rock & Roll, cosido a sus recuerdos por el hilo de la infinita infancia («Yo me libré porque nací en el 73»), se relamió el 'salitre' de sus labios («...Te conocí a la orilla del Pisuerga») para regalar a un repleto auditorio alguno de sus pequeños tesoros aún sin título («Estoy dudando entre dos...»). Un acto de exorcismo de sus propios fantasmas emocionales que, paradojas del destino, logra conectar con cientos de seres que lo observan agazapados en la penumbra.

Quizá por eso, y como colofón a una noche de ensueño, pedía don Enrique -en el último bis- una y otra vez que le encendieran las luces del auditorio. «Por favor, encended las luces. Quiero ver a la gente». Y de nuevo apareció Quique, el chico huidizo que pasa desapercibido cuando camina a tu lado, y se cruzó en nuestras vidas. Esta vez para quedarse.

 

 

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To make good use of life one should have in youth the experience of advanced years, and in old age the vigor of youth. (Stanislars I, Polish king)